Ulises estaba muy
contento de tener a María tan cerca. Le parecía tan
fenomenal que una delicada bailarina se hubiese fijado en él, que sonreía cada
cinco minutos pensando en ello. Caminó por las canchas de la colonia más vieja
de la ciudad, donde había grandes solares y un enorme árbol que al atardecer
parecía mágico con esa luz entre roja y morada con que el cielo se viste.
Se sentó al pie de
aquel árbol, donde María había estado con él las bellas tardes anteriores de
los últimos meses. Pensaba en ella, en sus sedosos cabellos castaños, en sus
ojos tan claros. Ella era muy diferente a él en todo, no sólo en el físico,
pero aun así él la deseaba mucho, siempre la había deseado. Cuando la miraba
bailar sentía en su cuerpo un recorrido de múltiples vibraciones excitantes.
“¡Oh María!”, gritaba en sus sueños más escondidos.
Horas pasaron y Ulises
continuaba sentado donde mismo. Hasta que una sombra lo cubrió. Ya era tarde, y
se tornaba el ambiente muy oscuro. El muchacho levantó la cabeza y miró a su
adoración. María estaba de pie frente a él y le sonreía. Vestía con su peculiar
falda roja floreada y sus botitas cafés.
--Vamos caballero, es
hora de que se levante de allí.
Ulises sonrió. Se
levantó y le dio un tierno abrazo. “Solo te esperaba a ti”, pensó. Caminaron
juntos hacia la colonia en la que vivían.
--¿Quisieras ir a ver
una película? –dijo Ulises.
--Claro.
El tiempo pareció ir
veloz cuando llegaron ambos a la casa de Ulises. Estaba vacía. La sala era
acogedora y las cortinas espesas, perfectas para ese tiempo de invierno. Con
notable nerviosismo, Ulises prendió el televisor. Buscó presto un canal de
películas. Pasaban un drama que iba comenzando.
María se hallaba
sentada en el sillón. Ulises no acertaba sentarse junto a ella. Sentía mucha
emoción.
--¿Dónde está tu
familia? –preguntó la muchacha sonriendo.
--Salieron de la
ciudad. Una prima de mi mamá enfermó y mis padres se fueron a visitarla. Vive
muy lejos, así que me dejaron sólo por una semana.
--¿Po qué no fuiste con
ellos?
--No podían gastar en
un viaje de tres. Es más fácil si yo me quedo. En estos momentos no quisiera
irme del pueblo de todos modos. –Ulises sonrió.
--Ulises, siéntate
junto a mí –el chico obedeció --¿Me tienes miedo?
--No… es que…
María se recargó en el
hombro de Ulises y besó su cuello con ternura. Un beso rápido, pero bastante
efectivo. Ulises sentía que se derretía de gusto. Se miraron un instante, pero
fue un instante muy breve, como breve todo lo que pasó después. Parecían
sucesos sin consciencia llenos de ternura con su toque de arrebato. Ulises era
fuerte, María sensible. La sala pronto fue un desorden. Un dominó que se
hallaba por allí terminó desparramado.
Cuando despertaron sus
consciencias nuevamente se encontraron abrazados debajo de una mesa. María se
levantó y se vistió. Ulises se quedó dormido.
Cuando despertó,
encontró un papel sobre la mesa que con letra pequeña y delicada decía:
Querido
Ulises, me gustó mucho haber jugado dominó contigo, eres bastante hábil para
hacer que me quede con el mayor número de piezas. Cuando gustes jugamos de
nuevo.
Te
quiere: María.
Ulises sonrió y
guardó la nota en su cartera.
Por Aouda Frog