martes, 29 de octubre de 2013

Dioses de mi pueblo

Hubo un tiempo en que todas las noches antes de dormir había que rezarle a Dios y a la Virgen una fórmula que me daba un librito del catecismo. Esa era la manera de rezar, pues así Dios me estaba escuchando, aunque a mí se me hacía raro que Juan, Mariana y Edith le rezaran lo mismo, es decir, pensaba "pobre Dios que tiene que escuchar tantas veces las mismas oraciones".

Más, según mi abuela era la fórmula perfecta y de esa manera, con el rosario en la mano, Dios, la Virgen y todos los santos cuidarían de mí y de mis papás, de mis hermanos y de Edith, la linda Edith.

Caminábamos juntas todos los días y comíamos tacos tuxpeños. Yo la quería, creo que aún la quiero aunque un poco de rencor le guardo por haberse marchado tan lejos de mí. Lo único que no compartía con Edith era el catecismo, pues ella era de otra parroquia: ella le rezaba a Santa Elena y yo a Santa Cecilia, la patrona y cuidadora de todos los músicos. Aunque no sabía (ni aun sé) nada de música, Santa Cecilia era mi santa patrona y la de mi abuelita.

Pero Edith también era un ente muy distinto a mí. Si hay algo que siempre amenazó nuestra amistad era el espíritu competitivo de Edith. En todo momento, bajo cualquier situación, buscaba alguna forma de pelear, aunque no hubiese nada que ganar. Seguido me decía que Santa Elena era más poderosa que Santa Cecilia, pues su parroquia era más concurrida y por ende más gente le rezaba. Yo no quería mezclarme en esa forma de Edith, pues no tenía cómo responder ni a dónde esconderme. Tan sólo me quedaba decirle: "Pero Edith, no creo que entre santos se preocupen por ver quién es el mejor". Pero ella concebía que los milagros de los santos eran poderosos en la medida en que la cantidad de rezos que escucharan fuera alta o baja, pues eran la fuente de su poder.

Cuando dejé de rezarle a Dios, a la Virgen y a los santos, lloré de corazón pues el consuelo se había marchado, como Edith se había alejado. A pesar de que ya lo sabía, una noche concreté con muchísima tristeza, que la esperanza no es sincera ni los dioses son confiables.


Si viera a Edith una vez más le contaría mis conclusiones.

Por Aouda Frog