martes, 19 de febrero de 2013

Jugando al dominó


Ulises estaba muy contento de tener a María tan cerca. Le parecía tan fenomenal que una delicada bailarina se hubiese fijado en él, que sonreía cada cinco minutos pensando en ello. Caminó por las canchas de la colonia más vieja de la ciudad, donde había grandes solares y un enorme árbol que al atardecer parecía mágico con esa luz entre roja y morada con que el cielo se viste.
Se sentó al pie de aquel árbol, donde María había estado con él las bellas tardes anteriores de los últimos meses. Pensaba en ella, en sus sedosos cabellos castaños, en sus ojos tan claros. Ella era muy diferente a él en todo, no sólo en el físico, pero aun así él la deseaba mucho, siempre la había deseado. Cuando la miraba bailar sentía en su cuerpo un recorrido de múltiples vibraciones excitantes. “¡Oh María!”, gritaba en sus sueños más escondidos.
Horas pasaron y Ulises continuaba sentado donde mismo. Hasta que una sombra lo cubrió. Ya era tarde, y se tornaba el ambiente muy oscuro. El muchacho levantó la cabeza y miró a su adoración. María estaba de pie frente a él y le sonreía. Vestía con su peculiar falda roja floreada y sus botitas cafés.
--Vamos caballero, es hora de que se levante de allí.
Ulises sonrió. Se levantó y le dio un tierno abrazo. “Solo te esperaba a ti”, pensó. Caminaron juntos hacia la colonia en la que vivían.
--¿Quisieras ir a ver una película? –dijo Ulises.
--Claro.
El tiempo pareció ir veloz cuando llegaron ambos a la casa de Ulises. Estaba vacía. La sala era acogedora y las cortinas espesas, perfectas para ese tiempo de invierno. Con notable nerviosismo, Ulises prendió el televisor. Buscó presto un canal de películas. Pasaban un drama que iba comenzando.
María se hallaba sentada en el sillón. Ulises no acertaba sentarse junto a ella. Sentía mucha emoción.
--¿Dónde está tu familia? –preguntó la muchacha sonriendo.
--Salieron de la ciudad. Una prima de mi mamá enfermó y mis padres se fueron a visitarla. Vive muy lejos, así que me dejaron sólo por una semana.
--¿Po qué no fuiste con ellos?
--No podían gastar en un viaje de tres. Es más fácil si yo me quedo. En estos momentos no quisiera irme del pueblo de todos modos. –Ulises sonrió.
--Ulises, siéntate junto a mí –el chico obedeció --¿Me tienes miedo?
--No… es que…
María se recargó en el hombro de Ulises y besó su cuello con ternura. Un beso rápido, pero bastante efectivo. Ulises sentía que se derretía de gusto. Se miraron un instante, pero fue un instante muy breve, como breve todo lo que pasó después. Parecían sucesos sin consciencia llenos de ternura con su toque de arrebato. Ulises era fuerte, María sensible. La sala pronto fue un desorden. Un dominó que se hallaba por allí terminó desparramado.
Cuando despertaron sus consciencias nuevamente se encontraron abrazados debajo de una mesa. María se levantó y se vistió. Ulises se quedó dormido.
Cuando despertó, encontró un papel sobre la mesa que con letra pequeña y delicada decía:
Querido Ulises, me gustó mucho haber jugado dominó contigo, eres bastante hábil para hacer que me quede con el mayor número de piezas. Cuando gustes jugamos de nuevo.
Te quiere: María.

Ulises sonrió y guardó la nota en su cartera.

Por Aouda Frog

lunes, 18 de febrero de 2013

María caminaba por allí

En la noche caminaba con presuroso andar, una joven delicada de piel rosada y aire de reina. Tenía miedo pues la calle no prestaba la suficiente iluminación para que la nena sintiera un poco de seguridad.
Era bella, como bello su vestido de floreadas salidas rojas como las flores del verano con sus múltiples pétalos al aire. Se escuchaba amplificado por la quietud y silencio de la calle, el pasito de la joven que calzaba unas bonitas botas cafés.
"Quiero estar en mi casa", pensaba  asustada ante las pocas cuadras que le quedaban por andar. "Sólo un poco más y llego. Tranquilízate María, la calle está sola". Así pensaba la joven para tranquilizarse. Y todo iba muy bien, hasta que una mano le tocó el hombro.
"¡Santo dios!", gritó María alzando los brazos y con un salto que removió su mismísimo corazón. Escuchó en seguida unas risas que caían una tras otra de la boca de Ulises, un muchacho que vivía cerca de su casa, de piel morena y ojos negros, un poco más alto que ella, pero de menor edad.
"¿Quieres parar de reír?, casi se me sale el corazón del pecho por tu tierna bromita", María tenía las manos en la cintura y un aire de indignación en su linda y sonrosada carita.
Ulises sonrió, "es peligroso que vayas sola por la calle a estas horas, mujer. Déjame acompañarte".
"Está bien, pero sólo porque... porque sí".
Y juntos anduvieron unas cuadras más.
La compañía de otra persona siempre puede ser útil, así María no estuvo sola en la oscuridad, siendo ella tan linda como era, cualquier cosa le podría pasar. Ulises solo la miraba, escuchaba sus quejas del ballet y sonreía.

Por Aouda Frog