jueves, 18 de diciembre de 2014

Desde la casa de los espantos

Tuve un sueño llamado Carcajada. A veces, después de medianoche, me toma la cabeza entre dos manos para hacerla girar hasta marearme. ¿Por qué me lastima si yo no quise traerlo al mundo?, ¿sabe que su fuente y la mía son la misma?
Parí una pesadilla llamada Alimento. Cada mañana, con sangre en los nudillos, mete su puño en mi garganta y canta una canción con mi voz. ¿Le parece gracioso verme vomitar diario?, ¿se da cuenta de que soy su madre y padre?
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No quiero bailar, cantar o reír, por eso iré a la copa de ese olmo, ¿no lo ven?, está en la punta de aquella loma turquesa. Sólo un buen caballo conducido por un jinete diestro puede llegar a ese lugar. Tengo al equino, cuyo nombre es Pastel. Al jinete lo voy a contratar el próximo Domingo de Carnaval, porque únicamente allí se reúnen los mejores de toda la región. Una vez me cuelgue de cabeza sobre alguna rama de mi deseado árbol, no me dañarán más, malagradecidas. Se terminó su melodía hecha de vísceras. Volverán Pastel y su jinete a ésta casa para que lloren de pena, porque ustedes no tienen piernas, no pueden cabalgar, ni siquiera saben moverse.
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Los gemelos gimen: les duele horrores el vientre. Les he dado un té de hierbas malas para que me dejen en paz de una buena vez. Es una lástima haber olvidado que soy su cuerpo también y con ellos me estoy muriendo. De recordarlo, hubiese tenido en cuenta la solución más efectiva: entregarnos a las llamas del horno, allí hay espacio para los tres. Somos una trinidad de vergüenza, por eso muriendo uno se mueren los otros dos.
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Te diré lo que veo cuando cierro los ojos: tu mirada que ve morir su razón. Suplica tu rostro piedad para sanar el alma, pero ella hace mucho que tuvo su último aliento. ¿No te da miedo crucificar ese cadáver?

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